Podemos simplificar la descripción de los impactos que nuestra evolución como especie y lo que el progreso han generado sobre los ecosistemas naturales, mencionando primero a la domesticación de la fauna y luego, casi como una consecuencia de esto, a la domesticación de la flora, verbigracia, agricultura. El crecimiento exponencial de nuestras sociedades, especialmente a partir de la revolución industrial de fines del siglo XIX, ha hecho que estas afectaciones de la biota y retrocesos poblacionales, en vez de medirse a lo largo de varias generaciones, se hayan ido verificando dentro de una sola, y a veces en unos pocos años.

La preocupación por encontrar soluciones o mitigaciones, se centró en un primer momento en medidas restrictivas, prohibitivas y punitivas, con resultados dispares, aunque mayoritariamente ineficientes. Fue a partir de la década del sesenta y especialmente en los setenta del siglo pasado, en la que llamamos la era de la preocupación ambiental, cuando comienzan a firmarse los primeros tratados que contemplan como alternativa el uso racional y se acunan los términos de Desarrollo y Uso Sostenible. En muchos sentidos, esto resultó en un “volver a las fuentes”, luego de una total falta de conciencia sobre los impactos primero, seguida de ,manera pendular por una condena absoluta al uso tanto legal como moralmente, se comienza a aceptar y promover a partir de convenios como CITES y Diversidad Biológica, el uso de los recursos naturales biológicos por parte de las comunidades, lo que en la práctica nunca había dejado de ocurrir, solo que de esta forma ya sucede sin condena social, y como incentivo para la conservación.

Gracias a este enfoque fueron muchas las especies que con base en programas de uso sustentable iniciaron un proceso de recuperación, también medible en el término de unos pocos años. Por supuesto que esto solo aplica a especies que tienden a la abundancia y tienen valor económico, industrial o nutricional. Sin embargo, los éxitos en la recuperación de estas especies y ecosistemas han sido y son resaltados tanto por las comunidades como por la academia.

A pesar de ello y de manera creciente, en el último par de décadas se han profundizado estrategias y campañas de organizaciones de la sociedad civil con una agenda anti-uso, la que se ha caracterizado por aseveraciones sin sustento científico, que sin embargo generan recaudaciones multimillonarias, desde una sociedad urbana tan desinformada como genuinamente preocupada por lo que recibe desde estas fuentes. La visión idílica de los ecosistemas en los que la fauna y la flora parecen no formar parte de cadenas tróficas y en los que la muerte solo ocurre cuando interviene el ser humano, son en gran medida los disparadores.

De esta forma, las críticas y la condena a las comunidades que dependen del recurso, a la academia que genera los fundamentos científicos y a las autoridades que generan los permisos, crecen horadando, no solo el programa atacado, sino también la posibilidad de que otros se inicien.

Por alguna razón, que merece un abordaje mucho más profundo que este, en la era de las comunicaciones, parecemos cada vez más incomunicados, y los mensajes maquillados, plagados de medias verdades y muchísimas mentiras, parecen tener más capacidad de penetración en la opinión pública que la ciencia sólida y la prueba indiscutible sobre los efectos beneficiosos de muchos programas sobre especies y ecosistemas.

El excelente científico y comunicador que fue Carl Sagan, autor de infinidad de libros y tratados entre los que se destacan la serie Cosmos, El cerebro de Broca y Los dragones del Edén, titula su penúltimo libro: “El mundo y sus demonios”, escrito en coautoría con su esposa y colega Ann Druyan, para hablarnos ya en el año 1995, de la preocupación por el crecimiento de la desinformación y las pseudociencias por sobre la ciencia. Honestamente por entonces la alarma no parecía justificarse mucho, hoy esos demonios podría decirse que llegaron para quedarse.

Med Vet Alejandro Larriera
Co Chair CSG/SSC/IUCN

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